Nota de la editora: Este relato figura entre los doce finalistas del Mormon Lit Blitz, un concurso anual de literatura mormona breve. Se pueden leer todas las obras finalistas y votar por las preferidas aquí. El plazo de votación de este certamen cierra el sábado 21 de diciembre de 2024.
En la vastedad de la nada los átomos estaban inquietos. Electrones y neutrones percibieron un preanuncio. Remolinos de partículas fueron buscando su lugar en la expansión. En su interior, protones, leptones y mesones pi se ordenaron con minuciosa precisión. Dentro de esa materia gaseosa e informe, neutrinos, fermiones y bosones fueron tomando formas que se asemejaban a lo que serían, pero aún no eran.
En regiones de una vastedad inconcebible, tauones, hadrones y cuarks, acumulados por edades incontables, supieron que eran parte de un todo. El pion neutro daba vueltas en el lecho insomne de la vacuidad. Tanto el gluon como el gravitón captaron que el girar de los mundos, los márgenes de las galaxias y el contorno del universo residían embrionariamente en su interior.
Aún no había un afuera y un adentro, un arriba y un abajo, un delante o un detrás… Pero en la larga noche de la preparación se produjo el sonido de una nueva belleza. En los palacios intemporales se gestaba el orden, y las nuevas melodías ayudaban a combinar las sustancias del universo para que pudiesen responder a una fiesta divina. Las armonías de las profundidades y de las alturas rebosaban los espacios. Los ecos de la música provocaban avalanchas de energía cósmica que penetraban los fríos abismos.
Las partículas y antipartículas, con movimientos concéntricos, se prepararon para una danza creativa en la futura y vasta rueda estelar. Toda materia supo que existía en ella una innata fuerza vital. Este tenue conocimiento, que se confirmaba crecientemente, le dijo a un sector que formarían caminos estelares y serían siervos de los cometas, a otro que tendrían parte en los mares y montañas. Algunos se unirían en moléculas y tejidos para constituir la delicada piel de la vida y ser testigos de Pascuas no arribadas y Navidades todavía no celebradas.
Una alegría, un ígneo deleite, se esparció por doquier. Esta era la festividad esperada. El agasajo. La celebración . . .
De pronto, en el vacío ya no hubo vacío. Los fotones se prepararon, expectantes. Desde las vastas salas y espaciosas moradas de la Eternidad y desde los abismos del Tiempo surgió una voz profunda.
«¡Haya luz!»
Y hubo luz . . .
Mario Montani vive en Bahía Blanca, Argentina. Ha estudiado Letras en la Universidad Nacional del Sur y su colección de relatos El Castillo Gris y otros cuentos fue publicado en 2009 por Editorial Dunken. Desde 2015 forma parte de La Cofradía de Letras Mormonas, un grupo que promueve la literatura entre los santos de los últimos días de habla hispana. También desarrolla su blog personal Mormosofia, un espacio para el diálogo sobre arte, teología y filosofía religiosa dentro del ámbito de la cultura mormona. Actualmente se desempeña como Director Multiestaca de Asuntos Públicos – Comunicaciones en el área de Bahía Blanca.